“Calificación”, lleva por nombre el trabajo del abogado de nuestro Estudio Jurídico, Franz Möller Morris, con el cual se adjudicó el primer lugar en el Concurso de Microcuentos convocado por la UNIACC.

Se trata de una primera versión del Concurso que contó con más de 40 obras creadas por estudiantes, profesores y funcionarios de dicha Universidad y de la cual Möller forma parte impartiendo clases en la Escuela de Derecho.

“Aplaudo y celebro a quienes organizaron este concurso. Un espacio como éste debe nacer, mantenerse en el tiempo y ser -de año en año- una invitación al cultivo de las letras y la imaginación. Aún sigo gozando de la alegría de saber que el jurado se fijó en un cuento como el mío. Lo tomo como una muestra de apoyo que me motiva a seguir escribiendo e ir por más…”, expresó Möller, a través de una carta que leyó su esposa al momento de la premiación, ya que él por asuntos laborales no pudo estar presente.

Asimismo, expresó en la misiva:  “Hoy me tocó comparecer a una audiencia testimonial y por eso no puedo estar con ustedes. Mi jefe, al enterarse de este concurso, me dijo que yo era “un escritor disfrazado de abogado”. Como no supe si lo suyo era un halago o, por el contrario, un llamado al orden, opté -al menos por esta vez- por asistir al tribunal”.

Las temáticas de los microcuentos estuvieron relacionadas con la vida universitaria o del barrio con una perspectiva académica, laboral, lúdica o anecdótica.

El jurado estuvo integrado por la Directora del Crea, Directora de Vida Universitaria, Directora General de Admisión y Marketing y por el Decano de la Facultad de Comunicaciones de Universidad UNIACC.

“Calificación”: microcuento ganador

Ella enseña derecho penal. Dicta el curso desde cuando se divorció de su primer marido (un infiel reincidente). Lo suyo ha sido desde siempre pensar los límites posibles de la libertad. “Vivimos en medio de prohibiciones y castigos”, suele decirles a sus estudiantes. Para cuando experimentó el divorcio de su segundo marido (un mitómano incurable) ya eran varias las generaciones de alumnos formados bajo su instrucción. Los golpes existenciales no le robaron la alegría de vivir. Sigue gozando del humor, leyendo novelas y disfrutando los tragos dulces. Avanzó sola criando a sus dos hijos, hoy adolescentes, junto a un par de gatos recogidos de la calle. Por las mañanas y las tardes, entre la casa y la oficina, defiende a sus representados, comparece a las audiencias, presenta sus querellas y, en ocasiones, acude a la cárcel a visitar a sus condenados. Tiene aguante, en especial cuando por las noches llega a la facultad para impartir su cátedra. Hoy debe tomar exámenes. El curso tiembla. Llama a Aurelio Zúñiga, el último de la lista. A juzgar por sus respuestas, amerita ser reprobado (está confundido). Ella lo mira: observa sus canas, ojeras y manos engrasadas. Lo comprende. Sonriendo le dice: “Aprobado, Zúñiga”.